Cuando mi hijo me dijo 'te odio' y yo pensé 'el sentimiento es mutuo'.
Querido diario, o mejor dicho, querido universo que me escucha mientras sorbo café frío paseado por la casa: hoy mi hija de 5 años, esa pequeña dictadora de emociones que aún no sabe atarse los zapatos sin un drama digno de Óscar, me miró a los ojos y soltó un "te odio" con la convicción de un villano de telenovela. Y yo, madre ejemplar, faro de paciencia infinita (jajaja) , pensé para mis adentros: "Oh, pequeño, el sentimiento es mutuo en este preciso nanosegundo". Porque, vamos, ¿quién no ama ser el punching bag emocional de un ser humano que ayer lloraba porque su pan no tenía suficiente mermelada, y hoy le puse de más? Pero, ironías de la vida, mientras mi cerebro ensayaba un monólogo sarcástico digno de un stand-up, mi corazón –ese traidor– ya estaba derritiéndose. Porque detrás de ese "te odio" no hay más que una niña perdida en su propio torbellino, gritando lo único que sabe gritar cuando el mundo le pesa. Y yo, aunque a veces fantasee con esconderme en el baño con una tableta de chocolate y un candado, sé que mi trabajo no es devolver el golpe. Mi trabajo es ser el adulto, la que respira hondo, la que dice "ok, estás enojado, hablemos" mientras reprime el impulso de googlear "cómo sobrevivir a la crianza sin volverse un meme". Así que, pequeña gremlin que me llama mamá, te dejo un spoiler: no te odio, ni un poquito. Aunque a veces me hagas querer negociar un tratado de paz con tus berrinches, te amo con una fuerza que ni tus peores "te odio" pueden tocar. Y algún día, cuando seas grande y leas esto, espero que rías y me invites un café. Caliente, por favor.